sábado, 19 de enero de 2013

Cupones del mal

Enésimo intento por regresar al mundo bloguero.

Era uno de esos fines de semana ajetreados del mes de diciembre, en los que toda la gente se vuelca a los centros comerciales a realizar las respectivas compras de Navidad y Año Nuevo. Allí, todos buscan, tal vez encuentran, se prueban, se deciden y, si la billetera da para más, compran. Debo admitir que me encontraba entre esa multitud, específicamente en ese centro comercial ubicado al centro-oeste de la capital guatemalteca, considerado por muchos el paraíso de los pokemones (no crean que soy uno de ellos, por favor); uno de esos lugares en donde vemos a algunos ejemplares de la clase media urbana chapina presumir de gastar a manos llenas el dinero que tal vez no tienen, gracias a la “ayuda” de cierto pedazo de plástico sobre el cual comentaré en el desarrollo de esta publicación.

Posterior a realizar mis compras en dos de los almacenes de ropa del aludido recinto, recibí en cada uno de ellos un cupón que me invitaba a dejar mis datos personales para participar en sorteos en los que podría ser el afortunado ganador de hasta un vehículo compacto del año. Luego de recibir el primer cupón, recordé un caso de hace varios años en el que pude atar cabos entre uno que deposité en una cadena de supermercados y una llamada telefónica que recibí días después, la cual no tenía relación con el sorteo pero en la que preguntaron directamente por mi persona.

Considerando que en sorteos y promociones la suerte no es precisamente uno de mis puntos fuertes (estoy salado, pues), y sumando a esto el antecedente mencionado, decidí dejar siempre ambos cupones en sus buzones con mis datos personales (quién quita y me gano el carro), pero usando para la ocasión un “truco” relativamente sencillo: consigné en ellos dos números de teléfono celular que tengo como secundarios (¡gracias, teléfono Dual-SIM!), uno de los cuales sólo poseen algunos familiares y amigos muy cercanos a sabiendas de que se trata de un número secundario, razón por la que puedo darme el lujo de rechazar en él llamadas que proceden de números desconocidos o “sospechosos”, sin demasiada preocupación.

Apenas habían pasado dos semanas desde el día en que deposité los cupones, cuando comencé a recibir llamadas de un número “sospechoso” en ambas líneas. Valiéndome de la conexión a Internet más cercana, busqué “[número-de-teléfono-sospechoso] Guatemala” para que el buscador en un instante me dijera que el número de la llamada correspondía al PBX de una emisora de tarjetas de crédito (sí, emisora de ese pedazo de plástico que mencioné en el primer párrafo). Durante una semana intentaron comunicarse conmigo a ambas líneas, sin éxito desde luego, ya que desde la primera vez opté por bloquear el número y las llamadas eran rechazadas y registradas por el teléfono de manera silenciosa (¡gracias de nuevo, teléfono Dual-SIM! xD).




No es la primera vez que expreso mi malestar por la estrategia utilizada por estas entidades para la caza captación de potenciales víctimas clientes, estrategia que al final se traduce en la llamada “venta agresiva”, utilizada también por empresas que ofrecen desde paquetes vacacionales (bajo el dudoso esquema de “tiempos compartidos”) hasta cursos de inglés, y que deja en la mayoría de ocasiones al consumidor en una posición de clara desventaja.

En virtud de lo anterior, y a manera de conclusión, toca reflexionar sobre los siguientes puntos:


  1. Para las empresas que hacen sorteos bajo la modalidad de cupones: En el caso descrito anteriormente yo les doy un “jalón de orejas”, ya que dejan una imagen negativa por el uso “adicional” que hacen de los datos personales. Sería bueno que dejen claro, en alguna parte del cupón, que los datos consignados pueden ser compartidos con terceros (a manera de una pequeña “política de privacidad”), aunque de todas maneras uno tenga la opción de no llenarlo ni depositarlo.
  2. Para uno como consumidor: Al momento de llenar cupones, es bueno consignar un número de teléfono secundario y/o una dirección de correo electrónico secundaria o desechable (Gmail, Yahoo! y hasta Hotmail Outlook permiten crear direcciones de correo desechables para reducir las posibilidades de que la cuenta principal sea “bombardeada” por spam).
  3. Para uno como consumidor: No dejarse llevar por las estrategias de venta agresiva (apelar al “demasiado bueno para ser cierto”, “no hay nada gratis en esta vida”, “las cosas no caen del cielo” e también al “estoy salado”); investigar con familiares, amigos, conocidos y en Internet (principalmente en redes sociales y en foros) sobre la calidad y las condiciones de servicio de estas empresas; tomarse el tiempo para comparar con opciones de la competencia y, desde luego, analizar si realmente tenemos necesidad del servicio en cuestión.

En resumen, como consumidores nos corresponde la tarea de estar bien informados, para que después no digamos lo mismo que el amigo Community Manager de la misma entidad que intentó ofrecerme el mencionado pedazo de plástico (#trollface).

¡Saludos!